jueves, 10 de noviembre de 2011

Jóvenes y alcohol

Si usted no trabaja en el kiosco de la enseñanza probablemente no esté enterado. ¿Sabía que en lo botiquines de los colegios no tenemos alcohol? Y no se debe a que se haya descubierto que es mejor lavar las heridas con agua oxigenada o con suero (lo mejor, por cierto, es agua y jabón Lagarto, receta de mi padre). El hecho de que no haya alcohol en el armario de las tiritas es para que ningún maestro se dé un trago de vez en cuando... insólito. Además está totalmente prohibido que la cocinera utilice vino para los guisos. Es decir, no podemos tener en los centros educativos nada que haya fermentado... a no ser la mugre que se forma entre los mapas de España por falta de uso.
Todo esto de la falta de alcohol en los centro educativos es pues una medida preventiva y... ¿educativa? Si mira hoy la prensa verá que los jóvenes se ponen bien de cubatas o lo que sea.
http://www.20minutos.es/noticia/1215466/0/alumnos-ESO/consumo-alcohol/borracheras/
O estamos haciendo algo mal o todos los menores de 25 años han nacido depravados. Yo me niego a creer lo segundo. Entonces ¿en qué estamos fallando?
Hace unos años los profesores que comían en el comedor de los colegios lo hacían con vino. Y sí, cielo santo, los niños los veían. Pero nunca he visto a un profesor que se emborrachara durante la comida. Ahora tenemos la Ley Seca y alguien, All Capone supongo, se está poniendo las botas a costa de los más jóvenes.

martes, 8 de noviembre de 2011

Buscando librerías

El problema para un autor desconocido está en la distribución de sus obras. Como vivo en la sierra de Madrid he decidido dejar un ejemplar de La conspiración de la mercerías en las librerías de los pueblos madrileños. Hoy he hecho el valle del Lozoya. Pero sólo he encontrado una papelería librería en Rascafría y dos en Buitrago del Lozoya. La conclusión es que he echado la tarde para colocar tres volúmenes. Por cierto, si usted tiene una librería por la zona de la sierra y quiere que le deje algún ejemplar no dude en mandarme un mensaje.
Lo curioso del asunto está en que apenas hay librerías. Esto quiere decir que no hay demanda. Lo que nos indica que eso de leer no está exactamente muy difundido.
Supongo que siempre ha sido así... creo que la relación debe de ser de más de veinte bares por una librería. Da lo mismo. En ninguno de los dos establecimientos te dejan fumar.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Publicidad del autor

LUGARES DONDE PUEDE CONSEGUIR LA NOVELA.


La conspiración de las mercerías. Por J.F. de la Cruz


1. Editorial Círculo Rojo - en internet-. La hay en versión digital y en papel.
http://www.libreriacirculorojo.com/lafabricadellibro/242586/la-conspiracion-de-las-mercerias.html
2. El Corte Inglés (hay que encargarla).
3. Librería "El duende", en La Cabrera, junto al Ayuntamiento.
4. Librería "Copial", en Soto del Real, carretera de Manzanares.
5. Centros Comerciales Madrid-París, Rascafría.
6. Librería Litabrum, Buitrago del Lozoya.
7. Librería Eclipse, Buitrago del Lozoya.
8. Ciberlibro, Guadalix de la Sierra

Rubalcaba versus Rajoy

Esta noche es el debate. Lo podremos ver todos en la tele. Pero de verdad, ¿hay alguien por ahí que esté esperando el debate para decidir después a quién vota?
Esto de los debates es igual que los combates de boxeo. Si yo soy seguidor de un púgil determinado, cuando éste boxea contra otro, yo sólo veo los golpes que él da. Es decir, únicamente me fijo en como boxea mi púgil preferido. Lo que hace el otro prácticamente no lo veo. Si luego la decisión de los jueces es que gana el contrario me quedaré absolutamente defraudado. ¿Cómo han podido ver tantos golpes del contrario si yo no he visto ninguno?
Pues esta noche será lo mismo. Los que ya tengan a Rubalcaba  como púgil preferido sólo van a ver los aciertos en las razones que el dé y prácticamente no escucharán lo que diga Rajoy. Y lo mismo va a suceder con los seguidores de Rajoy; que no van a escuchar lo que diga Rubalcaba.
Entonces, cabe preguntarse: ¿Para qué narices se hace el debate? Supongo que para agasajar en cierta medida a los seguidores de cada uno de los contrincantes. Se disfruta cuando se oye decir a otro algo que nosotros pensamos. Lo ves, diremos al cónyuge, eso es lo que digo yo siempre. Y si acaso, cuando escuchemos al contrario diremos... vete a saber lo que diremos.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Enseñanza pública

Al otro lado de la mesa, el hombre, con traje y corbata, revisaba mi expediente académico. Me miró con condescendencia.
- Veo que ha aprobado las reválidas en febrero.
Era verdad. El grupo de ciencias siempre se me ha atascado un poco.
- Disculpe, disculpe - dijo el hombre encorbatado - no me había dado cuenta de que ha estudiado usted en el Instituto de San Isidro. No hay problema con su expediente.
El Instituto de San Isidro, enseñanza pública, tenía tal prestigio que se daba por hecho que un aprobado suyo valía por un sobresaliente de un colegio privado. Y no era el único instituto de esta categoría.
¿Que le ha pasado a la enseñanza pública? ¿Dónde ha quedado el tiempo en el que los alumnos más torpes o menos interesados tenían que recurrir a pagar en un colegio privado? Ahora es al revés, los colegios privados de categoría hacen un examen de ingreso y si no lo pasas... que te enseñen en la pública.
Pedimos más recursos para enseñar a los alumnos, recursos materiales y humanos. Ya sé que eran otros tiempos, pero lo más moderno que yo vi en el San Isidro fue un tocadiscos. Pero los que eran de gran categoría, en general, eran los profesores. Pedimos más recursos pero nadie se atreve a pedir recursos mejores. Es decir, que las escuelas y universidades que forman a los profesores lo hagan mejor (ya estoy empezando a hacer "amigos"). Tengo claro que un profesor bueno enseña más que dos malos. Quiero decir que superado el número mínimo necesario para formar la plantilla de un centro educativo, no se mejora por tener un excedente de profesores. Se mejora cuando los profesores mejoran. ¿Estoy queriendo decir que los profesores no están formandos suficientemente? Pues de secundaria no puedo hablar porque mi campo es el de la primaria. Y sí. Los maestros no salen de la Escuela Normal con la preparación suficiente. (Ya sé que sigo haciendo "amigos"). Naturalmente que hay maestros jóvenes que, conscientes de su escasa preparación, estudian por su cuenta. Claro que hay maestros magníficos. Pero no es el sistema educativo quien los hace. 
La señora Aguirre se ha empeñado en que los profesores de instituto trabajen veinte horas... no sé que decir, los maestros de escuela hace muchos años que trabajamos treinta. Yo estaría encantado de que se hiciese la media aritmética y todos trabajásemos veinticinco (Ya no me va a hablar ningún profe de instituto). 
¿Enseñanza pública? Somos todos los que trabajamos en ella los que podemos mejorarla... sin dejar de exigir a los políticos que quemen de una vez todas las leyes educativas que han ido deteriorando curso a curso la enseñanza pública hasta convertir los centros educativos en guarderías para diferentes edades. Pero insisto en que somos cada uno de los docentes los que podemos y debemos mejorar la "pública". Y esto sólo lo podemos hacer mejorando nuestra preparación. Seamos de los recién salidos de la universidad o de los que ya llevamos casi treinta años en las aulas. Todos necesitamos seguir estudiando.
Y si he andado un poco ácido con este artículo será porque llevo muchos días sin fumar... o porque estoy harto de oír estupideces sobre la enseñanza.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Mercerías

Ya he publicado la novela La conspiración de las mercerías. El diseño de la portada ha quedado muy bonito. El interior ha quedado según mis entendederas razonablemente magnífico.
Pueden informarse en Editorial Círculo Rojo, está en la red, y si el momento les pilla un poco confusos hasta pueden comprarlo. También se empieza a distribuir en algunas librerías de la Sierra de Madrid. Mañana les pondré la ubicación exacta de algunas.

Me disculparán...

Supongo que alguno de ustedes, uno o dos, se estará preguntando por qué no ha habido ninguna entrada desde hace tiempo. Todo es culpa de la dentadura. Así como suena. Pues verán: Llega uno a una edad muy violenta y resulta que un día raro se le cae un diente. Descubre que tiene una cosa que los dentistas llaman enfermedad periodontal y que los demás llamamos piorrea. No queda más remedio que entrar en ese baile de ir al dentista y dejar que haga lo que le de la gana. Hasta ahí todo normal. Lo malo es que el dotor insiste en que el tabaco es malísimo para la dentadura y si se fuma en pipa, que es el caso, todavía peor. Y uno que es más tonto de lo que se creía promete no fumar hasta que le arreglen los dientes. Error. Y todavía peor. Lo promete delante de su mujer que es como un disco duro y registra estas cosas haciendo varias copias de seguridad. Desde mediados de septiembre lleva uno sin dar una calada. Ni una sola. Y les aseguro que escribir sin fumar es muy difícil.
La mujer de uno le asegura que la gente normal es capaz de dejar de fumar y uno argumenta que la gente normal no es capaz de escribir. O sea, o somos normales o no. Lo que no me vale, ya sé que soy intransigente, es ser normal para unas cosas y para otras no. Y ser normal implica no escribir... gran cosa.
No sé cuándo comencé a escribir. No sé cuándo comencé a fumar. Pero sé que fue al mismo tiempo. Letras con humo y humo literario. ¿Cómo es posible separar ambas cosas? Sé que sólo me entenderá algún escritor que fume.
Llevo sin fumar casi dos meses pero aviso: No pienso dejar de fumar. Me niego a ser un ex fumador. Digamos que soy un fumador filosófica y estéticamente convencido en excedencia forzosa.
Y como ahora lo único que se me ocurre es escribir un libro de epitafios... mejor no escribo más.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Publicación de la novela

Para los que estéis interesados en La Conspiración de las Mercerías, os diré que ya está en proceso de publicación. Ando corrigiendo galeradas lo cuál es bastante aburrido. Saldrá en Editorial Círculo Rojo. Espero que pronto podáis disfrutar de las andanzas de Ildefonso Lendínez.

Pieza a pieza

Hay un anuncio en la radio en el que un coche se queja de que ya no le queda ninguna pieza original. A mí me viene pasando lo mismo. El dentista me dice que me tiene que sacar todas las piezas de arriba y que me va a poner unos implantes para sujetar una dentadura de pega. Después del dentista, voy a recoger unas gafas nuevas porque las viejas se me habían quedado cortas de graduación. Mientras voy de un sitio a otro, me apoyo en un bastón porque tengo una rodilla averiada por exceso de uso. Para que el sol no me tueste demasiado llevo un sombrero. El pelo que traía de fábrica ha ido desapareciendo. Cuando vuelvo a casa voy pensando en qué es lo que me queda original. Como siga cambiando piezas no voy a parecerme mucho al que era hace unos años. No me quejo porque todo esto tiene su gracia.
Cuando vemos los restos antropológicos de antepasados nuestros que vivieron hace unos miles de años, vemos que su cuerpo estaba diseñado para vivir poco más de treinta años. Muy pocos superaban esta edad. Ahora, gracias a los talleres de reparación del cuerpo humano, que algunos llaman avances en medicina, podemos ir tirando mucho más allá que nuestros ancestros. Podemos quejarnos de que no llevamos una vida natural. Pero es que la Naturaleza por sí misma no es exactamente bondadosa. Siempre va a lo suyo. Y aunque nos vayan reparando pieza a pieza, merece la pena poder seguir dando un poco la lata.

miércoles, 31 de agosto de 2011

La conspiración de las mercerías. Capítulo primero

En la página anexa a este blog pueden leer el primer capítulo de "La conspiración de las mercerías". Espero que en pocos meses el libro esté publicado y que, si tienen la paciencia de leer, disfruten durante unas horas.

Comienzo de curso

Bienvenidos.
Si algún padre o madre está leyendo esto, estará pensando en que dentro de unos días empieza el jaleo de llevar a los chicos al colegio, de comprar los carísimos libros de texto, el material escolar, oye, el chico necesita unas botas nuevas y a ver cómo me organizo para que los chiquillos se queden con alguien hasta que empiece el colegio. Lo normal.
Los maestros empezamos el día 1 de septiembre. Los alumnos comienzan el día 12. Aunque no se lo crean, estos días que estamos sin alumnos, estamos trabajando. Hay que preparar un montón de cosas para que cuando los chicos lleguen, el colegio esté razonablemente organizado.
Ahora las aulas están vacías, con unos ecos extraños por la falta del ruido de los niños, esperando a su ser natural que es el devenir de las clases. ¿Saben que un colegio vacío es como una cáscara hueca? Cuando se llene de alumnos, cobrará sentido.
Ah, se me olvidaba decir que es importante recordar a los chicos que van al colegio para estudiar, para aprender y esforzarse. Al lado del esfuerzo está el disfrute, desde luego. Pero recuerden, al colegio no se va a pasárselo bien sino a aprender. Si se olvida esto, las consecuencias suelen manifestarse cuando llegan las primeras calificaciones.
Pues nada, que comienza el curso. Que lo disfruten.

jueves, 25 de agosto de 2011

España en Taiwán

La calle está adornada con banderas españolas. Un torbellino de personas corre por la calzada. Todas vestidas con camisa blanca y pañuelo rojo atado al cuello. Tras ellas, los toros. Es el encierro.
La calle no está en una ciudad española. Los corredores son chinos, mejor dicho taiwaneses, y los toros sólo tienen de toro la cabeza porque el resto del cuerpo es de dragón. Así se celebran los sanfermines en  Kaohsiung, la segunda ciudad de Taiwan. El alcalde de la ciudad, tocado con una montera, da un muletazo a un toro imaginario. Un grupo de estudiantes torea al unísono recordando a una escuela de kungfú. Todos están aprendiendo a hablar español. También aprenden las costumbres españolas. Costumbres que muchos españoles desconocen.
El responsable de todo esto es mi amigo, el doctor José Campos. Pepe, desde que lo conozco. Vive en Taiwan desde hace un montón de años. Enseña costumbres españolas. Y no sólo las enseña sino que las mantiene. Se niega a comer con palillos y lleva a todas partes su tenedor. Allí donde va, además del tenedor, lleva a España. Seguramente haya más de nuestro país en las clases que imparte que aquí mismo. Mientras que nosotros nos avergonzamos de nuestras costumbres y de nuestra bandera, José Campos nos defiende con todo lo que tiene. 
Todos los años, el día 12 de octubre, levanto la bandera española en el jardín de mi casa para conmemorar nuestra fiesta nacional de España y siempre me acuerdo de mi amigo Pepe y de sus alumnos taiwaneses.
¿Existe un título de embajador honorífico? Si no existe, hay que inventarlo porque mi amigo es el mejor embajador que tenemos.

lunes, 22 de agosto de 2011

Escribo por fastidiar

Creo que el próximo año saldrá a la luz La Conspiración de las Mercerías. No esperen verla en las grandes librerías. Será una edición a lo pobre. Si no la encuentran, que es lo más probable, me la pueden pedir aquí mismo. Pero todo esto es pura teoría. ¿Porque a quién le interesa leer?
Leer es escuchar. Y eso es algo que practicamos poco. Lo que de verdad nos interesa es opinar. Opinar sobre lo que sea. Entendamos de ello o no. Si ustedes quieren opinar sobre libros yo les aconsejo que no se lean ninguno. Utilicen la sección dominical de los periódicos donde vienen los resúmenes de los libros. Luego digan lo que han leído en esos resúmenes. Quedarán muy bien.
Hay personas que se niegan a opinar al dictado de lo que otros han dicho. Gente rara hay en todas partes. Esos son los que prefieren formarse sus propias opiniones y no dudan en hacer el esfuerzo de leer y de escuchar con atención. Luego van, piensan, lo cual dice poco de su salud mental, y emiten opiniones totalmente personales. Casi nadie los entiende.
La mayoría de la gente no se entretiene en leer resúmenes literarios y menos en gastar el tiempo leyendo libros. Directamente opina. Así, por las bravas. Esta mayoría no necesita un momento de reflexión para lanzar sus opiniones.
Pues yo escribo precisamente para esta mayoría. Para los que opinan sin fundamento. Para fastidiar. Porque, verán, antes más que escribir yo pintaba. Pintaba cuadros. Era maravilloso cómo esas personas simplemente con un un vistazo que no llegaba al segundo ya eran capaces de darte, sin pedirla, su opinión sobre el cuadro. Uno se había pasado días, a veces meses, para poder construir una imagen y de sopetón llegaba alguien que con un efímero vistazo ya te estaba desmontando el cuadro con su maravillosa opinión.
Escribir es mejor. Es una venganza contra los opinadores. Si quieren opinar que lo hagan, pero no les quedará más remedio que que leer antes. Ya lo digo, escribo para fastidiar.

sábado, 20 de agosto de 2011

Editoriales

Ya he terminado la novela que probablemente se llame La Conspiración de las Mercerías. Ha salido un punto más larga de lo que yo hubiese querido. Mi intención no era otra que la de hacer una novela playera. Una de esas que se leen bajo la sombrilla al tiempo que intentas quitarte la arena que un cabezón con pelota te ha echado encima. Tampoco es un ladrillo de esos que vemos en los grandes almacenes sobre las mesas de promoción. Algo más allá de trescientas páginas.
Parece que se lee bien. Mis colaboradores de Barcelona están en ello y, de momento, no les ha matado el aburrimiento. No tiene pretensiones literarias sino que se limita a contar una historia divertida en la que he suprimido todas las secuencias que podían ser de relleno.
Ahora viene la parte menos divertida de la novela. Me refiero a su publicación. Como tengo una fobia congénita a los despachos, no pienso ir a las grandes editoriales a mendigar que metan mi novela en sus proyectos editoriales. Tampoco tengo agente literario. Un agente literario es como el apoderado de un torero. Es el que se encarga de que te den corridas o de que te publiquen un libro. Si en alguna editorial estáis interesados en una novela que se venda bien porque divierte, dejadme algún comentario... no creo que haya ninguno.
Otra posibilidad es publicar en una Editorial de las que viven de los autores desconocidos. El autor se paga la edición y se encarga de distribuirla y venderla personalmente. Ya pueden imaginar que esto supone vender treinta o cuarenta ejemplares y luego esperar que el boca a boca de sus resultados. Me temo que los resultados los van a ver mis herederos si es que ven algo.
Que disfruten lo que queda del verano y no lean mucho... que luego hay descerebrados a los que les da por escribir.

lunes, 15 de agosto de 2011

Qué malo es el verano

Admito que las vacaciones son necesarias. Ahora se dice que hay recargar las pilas. Yo pienso que más bien se trata de lo contrario. De vaciar todo el exceso de energía negativa que vamos acumulando a lo largo del año. Pero, aparte de esto, el verano es como un mazo que nos golpea y nos deja espanzurrados en una playa, en una tumbona o en el sofá de casa. Y dejamos pasar las horas a lo tonto. No me explico por qué esperamos con ansiedad un momento tan lamentable durante el resto del año.
No he estado apoltronado en una tumbona... quizá un poco. El caso es que no he sacado ninguna reseña en el blog desde hace tiempo. Tampoco creo que haya durante esta época estival muchos lectores desesperados esperando a que yo escriba algo.
He terminado la novela La conspiración de las mercerías. Cuando la publique va a ser todo un éxito editorial. Seguro que se venden dos o tres ejemplares... a la familia. No la saco en el blog porque todavía la tengo sin registrar.
Disfrutad del no hacer nada mientras dura este verano.

martes, 2 de agosto de 2011

Crisálida

Se oye el cantar pesado de las chicharra. Se oye el murmullo de la gente en la piscina que suena parecido a las chicharras. Al fondo el mar que se empeña en seguir siendo mar. De noche se oyen las olas, ahora entre chicharras, bañistas piscineros y alguna que otra bocina de coche, el mar queda relegado al silencio lejano.
Apenas escribo en el blog, ya lo sé. La intensidad diaria se ha relajado hasta prácticamente nada. Repetición de días. Sosiego. Soy como una crisálida que no despertará hasta que llegue septiembre. Sospecho que la crisálida no saldrá en forma de mariposa sino como un nuevo gusano peleón en insistente.
No todo es sosiego. Sigo encelado con la conspiración de las mercerías. Ya no es un cuento largo. Más bien, una novela corta. Y quiero que sea corta. Quiero que sea una novela playera de esas que se llevan en el bolso, que se llenan de arena y se leen bajo la sombrilla al tiempo que se comenta de vez en cuando alguna que otra cosa. Mi forma de escribir está lejos de la literatura. Sólo sé contar historietas. Si entretienen un rato pues mejor.

martes, 26 de julio de 2011

Lo que ha bajado el negocio

Oye, desde que ha empezado el verano aquí no se vende nada. Es decir, por el blog no pasa ni el gato. Será el arrullo de la olas de la playa o la pertinaz arena metida en el bañador que nos tiene entretenidos. También puede ser la desidia que provoca el calor. Hasta es posible que nos hayamos dejado las gafas de leer en casa. El caso es que el número de visitas apenas se mueve.
Por otro lado, tampoco estoy muy aplicado en eso de escribir. Mentira, sigo escribiendo la novela sobre las mercerías. Ese trabajo me tiene ocupado la mayor parte del tiempo.
Esperemos que llegue septiembre y todo vuelva a cierta normalidad. Porque esto del verano si no eres playero se convierte en una especie de espera en la que el tiempo pasa a otro compás.

Sé que no vale

Sé que no vale decir que esto ya lo decía yo. Pero de verdad que lo decía. Resulta que hace unos días Esperanza Aguirre se ha marchado a las Alemanias. No se trababa de ningún acuerdo económico con la señora Merkel, si es que se escribe así. Aguirre se fue a echar un vistazo al tema de la educación en Alemania. Los alemanes llevan ya un tiempo con un sistema que les está dando buenos resultados. Y nada, Aguirre no se corta y decide copiar el sistema alemán.
Los españoles tenemos tradición en lo de copiar sistemas educativos. Lo que es novedoso ahora es que la Comunidad de Madrid va a copiar un sistema que funciona. Porque hasta ahora siempre se habían copiado sistemas que habían demostrado su total ineficacia.
El asunto está en la formación profesional. Eso que antes se llamaba FP y ahora "módulos". El problema de la formación profesional, se llame como se llame, es que gran parte de su currículo se tiene que aplicar en la práctica. Esto hace que se necesiten maquinarias y materiales para poder impartir la enseñanza. El problema consiste en que la tecnología avanza a una velocidad que hace imposible que los centros educativos se doten con la suficiente celeridad de los medios necesarios. Además el coste es altísimo por la variedad de materiales necesarios.
El sistema copiado a los alemanes consiste en que dos tercios de la formación se hace en las empresas. Vamos, que los chicos están ahí como aprendices. Un tercio se reserva para las asignaturas teóricas y se hace en los institutos. Parece que los alumnos estarán dotados con una beca económica.
Y esto es lo que decía yo. Muchos de los chicos que ahora calientan las sillas y aguantan el chaparrón clase tras clase, sin saber qué hacen ahí, tienen la oportunidad de hacer algo digno. Poca teoría y mucha práctica. Estoy seguro de que un gran porcentaje de los alumnos que ahora llamamos vagos, disruptivos, gamberros y más cosas, va a pasar a ser un grupo de personas que aprenden a ganarse la vida.

miércoles, 20 de julio de 2011

Vacaciones

Voy a dar vacaciones a Ildefonso, Paula, Manolo, Colleja y Dorita. También al mercero y al malvado Bonsai. Desde ahora no se podrán ver en este blog. Tengo mis motivos.
Cuando empecé a escribir la historia de las mercerías no tenía más objetivo que el de escribir una trama obligado por la necesidad de ir dando a los lectores, que sois poquitos, una entrega más o menos diaria. El reto lo he cumplido, creo. Es verdad que la historia no está terminada. Aún le queda mucha tralla a los merceros y a sus enemigos. Pero me ha avisado uno de los lectores de lo siguiente. Si sigo publicando la historia en el blog corro el peligro de que me la fusilen, que me la levanten como le levantaron el sitio para tocar el chelo a Ildefonso Lendínez. Y eso no es lo peor. Lo malo, que ya ha pasado, es que además de quitarte la historia y publicarla, luego te denuncian por haberla publicado tú antes. Hombre, que me quiten la historia no me entusiasma, pero que encima me denuncien por publicar mi propia historia me entusiasma menos.
Volveré a publicar la historia cuando esté terminada, registrada y bendecida por el cura del pueblo.

lunes, 18 de julio de 2011

Pues no había caído

Resulta que yo creía que lo que estaba escribiendo sobre La conspiración de las mercerías era todo un sinsentido. Un producto bastante surrealista de la imaginación. Y a medida que voy enterándome de lo que sucede en la historia, voy haciendo descubrimientos que no son tan surrealistas.
Hoy mismo, mientras tenía a Ildefonso Lendínez postrado en el sillón del dentista, ya saben que el malvado Bonsai le arrancó un diente, el tío se ha puesto a pensar. Y ha descubierto que hay una conexión irrefutable entre las mercerías y la difusión de noticias. Esta conexión viene de la Edad Media. Los buhoneros, que eran los merceros de la época, recorrían Europa, cada uno la zona que le tocase, difundiendo noticias al tiempo que vendían cintas de colores. Ahora caigo en que con frecuencia estos buhoneros eran también cirujanos, es decir, sacamuelas. Así que no me extraña que a Ilde se le haya ocurrido la idea mientras estaba en el sillón del dentista.
Supongo que, después de esta explicación, se habrán convencido ustedes de que la historia tiene una profundidad absoluta. Y si no es así, estarán de acuerdo conmigo en que imaginar es gratis y, a veces, nos hace pasar buenos ratos.

sábado, 16 de julio de 2011

La Puerta de Toledo

Debido a que la acción de La conspiración de las mercerías transcurre en parte en la Puerta de Toledo, he estado recordando cómo era antes. Lo primero que tengo que decir es que de niño yo me quedaba sorprendido de que hicieran una puerta en medio de nada. Es decir, para mí, una puerta era algo que se abría en una pared o en una muralla. Pero allí no había muralla. Entonces, ¿qué pintaba la puerta?
De la inscripción que hay sobre el arco central sólo entendía Fernando VII y la palabra gallorum. En tercero de bachiller descubrí que gallorum no tenía que ver con los gallos sino con los franceses, los galos. Cuando uno se entera de que la traducción del latín significa A Fernando VII, el Deseado, padre de la Patria, restituido a sus pueblos, exterminada las usurpación francesa, el Ayuntamiento de Madrid consagra este monumento de fidelidad, de triunfo y de alegría, Año mil ochocientos veintisiete, no tiene más remedio que preguntarse si todo esto es verdad. Después, la respuesta es que no. Porque el deseado lo mejor que hizo en toda su vida fue pasarse unas vacaciones en el extranjero a costa de Napoleón.
En la glorieta, además de la puerta, había dos edificios significativos. En un lado el ambulatorio que es donde me llevaban cuando estaba malo y donde me sacaban las muelas picadas a toda velocidad sin dejar que la anestesia hiciera mucho efecto. Al otro lado de la glorieta estaba el Mercado del Pescado que tenía su gracia. Cuando se viajaba en la línea 5 de metro, no hacía falta abrir los ojos si se iba con ellos cerrados para saber que se estaba en Puerta de Toledo. El olor a pescado era un aviso olfativo inequívoco.
Ahora, en el edificio del mercado, han puesto un centro cultural y comercial que no me gusta nada. Me produce escalofríos.


No se pierda las últimas entregas de La conspiración de las mercerías. Qué cosas le pasan a Ildefonso Lendínez.

jueves, 14 de julio de 2011

El vale

Voy de viaje con el coche. Ya saben, un día perdido mientras se intenta sintonizar alguna emisora que diga algo interesante. En cuanto conectas alguna que merezca la pena, se empieza a perder la señal porque has cambiado de comunidad y te aturde un chisporroteo insistente. Al final pones la música que llevas en el coche y que has escuchado cientos de veces. Cuando las canciones de Elvis han pasado un par de veces, apagas la radio y te centras en el sonido del motor.
A la salida de la autopista, cuando falta poco para terminar el trayecto, hay un control de la Guardia Civil.
- Buenas noches, caballero. Esto es un control de alcoholemia, ¿está usted de acuerdo?
¿Y cómo no vas a estar de acuerdo? ¿Hay otra alternativa?
Me dan la boquilla metida en la bolsita de plástico. La conecto al detector de copas. Soplo con la intensidad suficiente para que eso suene con buen timbre. Ya tengo práctica. Creo que el sonido es un La natural como el tono del teléfono. Dejo de soplar. El guardia mira los números digitales y me dice, algo sorprendido:
- Pero usted no ha bebido absolutamente nada.
- Algo de cocacola durante el viaje - le digo.
- ¿Le importa decirme su edad?
Se la digo. Cincuenta y cinco. ¿Para qué narices querrán saber la edad?
- Que tenga usted buen viaje, caballero.
- Espere, espere - digo yo -. ¿No me van a dar un vale?
- ¿Un vale?
- Claro. Si he dado cero, me tendrá que dar un vale para canjearlo en otra ocasión en que dé positivo.
- Circule usted, me dice algo mosqueado.
Yo sigo haciendo el mismo razonamiento. Si cuando te pescan un poco subido en la uva te la clavan, porque no te dan un vale o un certificado de buena conducción para canjearlo cuando sea necesario. Sería una medida pedagógica y positiva. Ya sabemos que no pueden conducir por nosotros, pero que nos den alguna alegría de vez en cuando.

Nota: La conspiración de las mercerías va a todo trapo en las páginas que están a la derecha de su pantalla. Hasta yo estoy interesado en ver cómo sigue.

domingo, 10 de julio de 2011

Disculpen

Disculpen si no estoy escribiendo muchos articulillos últimamente. Estoy más volcado con el asunto de las mercerías. Es que me tiene intrigado. Porque no sé qué es lo que hay detrás de todo ese entramado y no me queda más remedio que seguir escribiendo sobre ellos para saber qué es lo que pasa.
Me dice mi lector más crítico, o sea yo, que cuándo va a volver Manolo de Las Canarias. Que es un personaje estupendo y que lo he apartado de la novela. Ya sé que es un personaje magnífico pero me da pena sacarlo de su ambiente de músico crápula. En cuanto me lo traiga a Madrid, el pobre va a dejar de tocar el bajo. Otro personaje estupendo es Dorita. Pero, ojo: a Dorita no hay que darle muchas alas porque rápidamente te invade la novela con su charla constante y con su máquina de coser.
Ya saben que la segunda parte de La conspiración de las mercerías, está en la segunda página (a la derecha de la pantalla). He abierto otra página para que no tengan que mover tanto texto cuando quieran leer.
Que disfruten del verano y no se lleven el ordenador a la playa que, además de ser una horterada, se llena de arena.

miércoles, 6 de julio de 2011

Otra profesión perdida

Hay un bar en Sol, justo donde arranca la calle Carretas. No sé cuanta gente puede entrar al día. Mucha. Un día entré a desayunar. Un café con leche y unas porras. Varios días después volví a entrar.
- ¿Lo mismo que el otro día, señor? - dijo el camarero.
Me recordaba. Y se acordaba de lo que yo había pedido. Ese era un camarero de los de la vieja escuela, de los de verdad, de los que no están pagados por mucho que se les quiera pagar.
Ahora entras en un bar y, además de no poder fumar lo cual es intolerable, te hacen esperar media hora hasta que te preguntan. Después, se toman otra media hora para meditar lo que has pedido. Por fin, te traen el café frío o la cerveza caliente si no es que directamente se equivocan y te traen otra cosa que tú no quieres.
Al igual que sucedió con los barberos, ha pasado con los camareros. Los han suprimido a base de contratar gente que no tiene ni ganas de trabajar ni idea de lo que es la profesión. Los bares de Madrid ya no son los bares de Madrid. Suelos relucientes, aire limpio, servilleta bajo el vaso, pero te marchas aburrido y decides que ya te tomarás algo en casa. Encima, en casa puedes fumar mientras no se saquen del sombrero mágico una ley que lo prohíba.
Se están perdiendo todos los valores. Cualquier día van a sustituir las velas de las iglesias por lámparas eléctricas... me dicen que eso ya existe. Así he perdido yo la fe.

No se pierdan las últimas entregas de La conspiración de las mercerías. Les anticipo que es posible que hayan raptado a Paula. Conozcan la pensión Dorita y a su patrona. El inspector Colleja sigue fumando y casi es amigo de Ildefonso. A la derecha de su pantalla pueden encontrar todo.

martes, 5 de julio de 2011

Aunque no se lo crean

Aunque no se lo crean, soy maestro y todavía estoy trabajando. O sea, que eso de los dos meses de verano no es tan así. Hay que terminar de cerrar el curso. Documentación y todo eso. Es verdad que los maestros ya se han despedido y que por el centro sólo paramos los dos más pringados y el conserje.
He tirado kilos de papel. Nada de reciclar. Papel con información de alumnos o de profesores. Hay que destruirlo en la máquina comepapel. ¿Se imaginan que se encuentran en el cubo de la basura el informe de su hijo contando la pintada que hizo en los servicios del colegio? Por eso hay que destruirlo todo.
Por otro lado, sigo con la historia de La conspiración de las mercerías. Ildefonso ha liberado a Lilí en una calleja del Trastévere en Roma, pero no vuelve a España con ella. Ni con ella ni con Paula. Esta última ha desaparecido de repente como es su costumbre. Lilí se ha ido con el abogado antitabaco. Cosa que no extraña nada a Ildefonso.
No se pierdan las últimas entregas de La conspiración de las mercerías.

viernes, 1 de julio de 2011

SGAE

De entrada el nombre, SGAE, parece una agencia de espías de la época de la KGB. No quiero decir que lo sean, pero, según cuentan, tienen espías en todas partes. No sale a la luz nada de lo que ellos tengan registrado sin que se enteren y sin que se pague el impuesto correspondiente.
Soy el primero en defender que los autores tienen que vivir de lo que crean. Aunque, la verdad, yo creo muchas cosas y ninguna me ha dado ni un céntimo. El problema está en la rigidez con la que aplican la ordenanza.
Hace unos meses, queríamos que los chicos vieran una película sobre ajedrez. El único local para poder llevar a todos los alumnos de una vez es un centro cultural que está frente al colegio. Me fui a negociar. Con el local no había ningún problema. Nos lo cedían gratuitamente. Pero si queríamos poner una película teníamos que pagar doscientos euros  para la SGAE. Pero si la película la llevábamos nosotros... es igual. No pudimos hacer que los chicos supieran un poco más de ajedrez. Doscientos euros es mucho dinero para un colegio público.
Ahora, parece que están investigando a esta sociedad general de autores españoles. No digo nada. Los jueces decidirán si hay delito o no y si lo hay quiénes están implicados. No quiero anticiparme y culpar a nadie, pero es increíble que haya que pagar por que nuestros alumnos aprendan.
Por otro lado, Ildefonso y Paula ya están en Italia. No les ha pasado nada relevante excepto que el Ilde cada día está más enamorado. No sabemos lo que piensa Paula. Es una chica misteriosa.
Si usted tiene el mal vicio de leer, pique en El misterio de las mercerías, a su derecha.

jueves, 30 de junio de 2011

Despedida

Hoy se ha producido la despedida de profesores.Por fin llegan las vacaciones de verano. Unos se despiden hasta septiembre como si septiembre estuviese lejano, más allá del sol. Otros se despiden con mayor incertidumbre pues no saben si el próximo curso podrán volver al mismo centro. Alguno se despide, más o menos, para siempre ya que le han dado otro destino.
Yo me despido de ellos con emoción pero sin dejar que se me suba demasiado. Son muchas las despedidas que llevo en el historial. No puedo hacer un recuento de cuántas personas he conocido en esta profesión. Pero siempre hay algunas que se te quedan grabadas en la tarjeta de la memoria vital.
Mañana cuando el colegio esté vacío de profesores, ya lo está de alumnos, parecerá un cascarón vacío y sin sentido. Yo lo veré porque por extrañas razones seguiré trabajando.
Por cierto, Ildefonso Lendínez se marcha de viaje a Italia con Paula para ver si encuentran a Lilí. No se pierdan la impresionante aventura que les espera.

martes, 28 de junio de 2011

Más sobre el misterio

Hemos visto que Ildefonso, Manolo y la estupenda Paula han entrado al sótano de la mercería. En ella descubren una extraña máquina que se parece a una rotativa de periódicos. Además, encuentran un disfraz de cliente de mercería y el teléfono aplastado de Lilí.
Escapan por poco y, gracias a la pista que ha dejado Lilí llegan al piso donde creen que está secuestrada. Sin embargo, a quien encuentran es al abogado. El peligro de los merceros y sus secuaces es evidente, pero no se han dejado ver.
No se pierdan los próximos capítulos de La conspiración de las mercerías, a la derecha de su pantalla.

sábado, 25 de junio de 2011

Pues ya lo ven

Pues ya lo ven. Lo que iba a ser una historieta de cuatro o cinco artículos, me refiero a La conspiración de las mercerías, se está convirtiendo en una historia bastante larga. No creo que vaya a llegar a la categoría de una novela, aunque puede, pero de momento empieza a ser un cuento largo.
El problema de las historias, el problema o lo bonito, está cuando los personajes comienzan a tomar vida propia. Llega un momento en que se desenvuelven solos sin que el autor tenga mucho control sobre ellos. Realmente sucede así. Uno se pone a escribir con una idea preconcebida, pero, a medida que se van desarrollando los acontecimientos, se descubre que lo escrito no tiene nada que ver con lo que se había pensado. Las mismas sorpresas que se puede llevar el lector se las ha llevado antes el autor. Y ahora me está sucediendo lo dicho. Ildefonso Lendínez va cobrando peso, un peso un tanto etéreo porque no es exactamente un héroe de novela. Sin embargo, Manolo ha entrado en la historia arrollándolo todo. Y Paula... que vamos a decir de Paula que era una niñita zampahelados y de repente se nos presenta como una señora estupenda que empieza a tener medio enamorados a Ildefonso, a Manolo y a mi. Todavía no ha aparecido en escena Lilí porque anda secuestrada por los merceros. Miedo me da cuando se junte con Paula.
Por otro lado, tengo que decir que voy publicando la historia a medida que la escribo. Esto no es frecuente. Más bien una locura. Lo normal es que un escritor trabaje su historia sin que nadie se entere, casi en secreto. Cuando la tiene más o menos formada, la da a leer a gente de confianza. La historia no es lanzada al público hasta que está corregida y bien conformada. En este caso, yo estoy trabajando a la antigua. Como si fuera un serial o una novela por entregas. Victor Hugo escribió de esta manera. Y sobretodo, me acuerdo de las novelas de Guillermo Sautier Casaseca que escuchábamos por la radio. No me voy a medir con ninguno de estos dos, pero les aseguro que es un reto muy divertido.
Espero que La conspiración de las mercerías les interese tanto como me está interesando a mi porque no tengo ni idea de cómo va a continuar.

viernes, 24 de junio de 2011

El último día

Aunque no se lo crean, hoy no es el último día de trabajo para los maestros. Los chicos se han despedido del colegio hasta septiembre. Los maestros nos quedamos hasta el día treinta. Quedan cosas por hacer. Recoger los materiales, guardarlos para el curso que viene. Firmar las actas de notas que el malvado jefe de estudios nos pone delante y alguna cosa más.
Los alumnos se han pasado toda la mañana en el patio divirtiéndose en una fiesta medieval. Se han convertido en caballeros y han tenido que pasar toda una serie de pruebas para poder despertar a la princesa Caprina que estaba dormida por un encantamiento del malvado mago Cabronutus.
Despedidas. Abrazos. Algunas lágrimas. No veía el momento de escaparme a la calle para encender la pipa.
Para los alumnos de sexto ha sido su último día de colegio. Por suerte, la esperanza del largo verano les impide ver la perdida. Se van del colegio y empiezan otra etapa de su vida. Siempre cuesta despedirlos. El trabajo, las broncas, las risas, los premios y los castigos se funden en una única experiencia vital. Hay que reconocerlo, se les quiere y ellos nos quieren aunque no siempre lo manifiesten.
Hoy no hemos dejado tiempo para que las ardillas bajaran al patio a comerse su bocadillo. Tendrán que esperar a que empiece el próximo curso.

jueves, 23 de junio de 2011

Confesiones

No se trata de las confesiones de San Agustín ni de las confidencias de Visconti. Es algo más sencillo. ¿Saben que la mitad de lo que estoy escribiendo en La conspiración de las mercerías es cierto? El protagonista, que aunque en la historia todavía no se ha dicho, se llama Ildefonso Lendínez. Mi abuelo se llamaba Ildefonso. Lendínez es el apellido de un compañero del colegio. Manolo es un amigo real que no sabe nada de cerraduras pero que es un magnífico electricista y un imponente trasegador de cerveza. Algunas frases, como "que diría el gitano", son literalmente suyas.
El protagonista soy yo, por eso escribo la historia en primera persona. En realidad nos parecemos poco. Mi vida real es mucho más ordenada. Pero hay similitudes como que toco el violonchelo y fumo en pipa. También es verdad que siento pánico si tengo que entrar en una mercería. He de admitir que tengo problemas con el Sol sostenido del Preludio y que también estoy ensayando cosas de Mozart y de Shubert. El disfraz de artesano espeso se debe a que tengo cierta aversión a esta raza de "artesanos" que se empeñan en ahorrar el agua de nuestros embalses y que también ahorran energía... trabajando lo menos posible. La camisa negra y los tirantes blancos forman parte del atuendo de un quinteto de cuerda real. El otro día estuvimos tocando ante un público en el que abundaban los "artesanos". Y lo que tocamos fue "Por una caveza", como el pobre violinista que es aplastado por una camioneta de repartos. Ah, lo de escribir caveza, así con uve, es porque de tal manera aparece en las partituras de Gardel, aunque no sé la razón.
El mundo en el que se mueven los personajes es un mundo real a medias. Lo modifico a conveniencia. Está claro que no conozco a nadie que gane dinero a raudales tocando el violonchelo. Pero para eso son las narraciones, para contar lo que a uno le da la gana. No se trata de hacer una novela costumbrista y menos una crónica.
Recuerden que pueden adquirir un ejemplar de "La conspiración de las mercerías" a la salida en el vestíbulo del teatro.

miércoles, 22 de junio de 2011

Apuntes sobre mercerías

Todavía no estoy seguro, pero creo que el héroe de la historia de las mercerías se va a llamar Ildefonso Lendínez. En sus últimas andanza podemos ver cómo, ayudado por su amigo Manolo, entra por fin en la trastienda de la mercería.
Su esposa, Lilí, todavía no ha aparecido. Si cuento la verdad, no tengo ni idea de dónde está. Eso sólo lo saben los que la han secuestrado.
Recuerden que si quieren seguir la historia, la tienen a la derecha de la pantalla en "páginas" y que la pueden adquirir a la salida en el vestíbulo del teatro.
Y no se quejen del calor que, como decía mi padre, es únicamente cuestión de la temperatura.

martes, 21 de junio de 2011

Ardillas pedagógicas

El patio del colegio es grande. Árboles majestuosos ofrecen su sombra que en estos últimos días de curso no viene nada mal. La pista es el único lugar donde los alumnos se torran mientras juegan al fútbol o al fútbol. Suena la sirena. No es el canto de las sirenas de Ulises sino una sirena principios de siglo que deja descolocado al que reciba su voz estando cerca. Entran los alumnos a clase y el patio se queda vacío. Vacío pero con la secuela de bollitos sin terminar, trozos de bocadillo, algunas pipas que se han caído y otros alimentos sobrantes.
Cuando termina el recreo es el momento de los pájaros y las ardillas. Los pájaros vienen del cielo a picotear lo que los alumnos han dejado y las ardillas no se sabe de dónde vienen. Se las ve correr ondeando su cola como si fueran delfines terrestres. Se lo comen todo.
Al terminar el festejo diario aprovechan los árboles para subir hasta la altura de las ventanas. Las clases se alborotan ¡una ardilla! Y en esos momento, con la ardilla enfrente haciendo diabluras, explica si puedes lo que es un complemento indirecto. En ocasiones, son más descaradas y se plantan en el mismo alféizar de la ventana. Ahí, lo más adecuado es que sea la ardilla la que dé clase de Ciencias Naturales y explique a los alumnos cómo es una ardilla.
Antes no había ardillas en la sierra madrileña. Dicen que las que ahora se pasean por los patios de los colegios proceden de El Retiro. Hubo una época en la que se repobló El Retiro con estos graciosos y traviesos animales. Pues, al parecer, partiendo del centro de Madrid se han ido extendiendo hasta llegar al campo. Igual que los humanos.
Las ardillas tienen su gracia pero también pueden ser conflictivas. Corren por los cables de la luz. No los de alta tensión sino esos negros que van trenzados. A veces se suben a los postes de teléfono y mordisquean la cubierta de plástico de los cables y nos quedamos sin línea. Eso me contó uno de telefónica. Lo mismo es verdad o lo mismo era una excusa para explicar por qué llevaba dos meses sin teléfono.

lunes, 20 de junio de 2011

Hoy no tengo ideas

Con el asunto del Misterio de las mercerías tengo toda la mente ocupada en productos de lencería y secuestradores. Les recuerdo que pueden seguir las andanzas de nuestro aprendiz de detective en la página que hay a la derecha y que a la salida pueden adquirir la novela en el vestíbulo, que dirían Les Luthiers.
Aparte de esto, no se me ocurre nada. Puede que tenga gracia lo de Amaral que le dice a Rubalcaba que no use sus letras para hacerse en gracioso. También podría hablar sobre el calor que hace o lo de Extremadura. El caso es que estamos a final de trimestre y de curso, combinación explosiva, y los alumnos están cansados y los maestros también. Las notas ya están puestas. Padres contentos si sus hijos aprueban. Padres enfadados con los maestros que han suspendido a sus hijos. Lo de siempre. Todo normal.
Si no se me ocurre otra cosa, mañana hablaré de las ardillas pedagógicas.

domingo, 19 de junio de 2011

Para los que tienen el mal vicio de leer

Verán ustedes que he abierto una página. Está a la derecha de la pantalla. En ella irá apareciendo el desarrollo de la compleja historia del misterio de las mercerías. Entiendo que resulta bastante incómodo ir leyendo marcha atrás los distintos artículos. Por eso tienen la página, para poder leer la historia todo seguido.
Puede que termine la historia y puede que no. Todo depende de mi capacidad para relatar los hechos que van aconteciendo y, sobre todo, depende de si soy capaz de sobrevivir a la conspiración que se esconde tras las cajas de lencería fina.
Los días que no escriba nada nuevo será porque estoy tocando el violonchelo en cualquier calle adecuada. En el caso de que me vean les ruego que no me echen calderilla, que luego pesa muchísimo. Los billetes son más adecuados. También se admiten tarjetas de crédito y piruletas.
Pero, por favor, recuerden: En vez de estar leyendo, cosa que no le va a reportar nada bueno, podría estar viendo cualquier programa de cotilleo en la televisión.

El misterio de las mercerías. Sexta parte

No puedo buscar a Lilí por todo Madrid. Una corazonada me lleva a que la clave de todo está en la primera mercería. Tengo que vigilarlos sin que ellos me vigilen. Esto es difícil porque ya me tienen visto, por eso ha raptado a mi mujer o mi exmujer o lo que sea en estos momentos. El disfraz de artesano espeso ya no me vale. Está mugriento por la lluvia, por la mierda que tenía de origen y porque lo he metido en una bolsa de basura y ahora se debe de estar pudriendo. De cualquier forma no soporto las rastas ni tanta porquería. Pienso en otro disfraz pero no se me ocurre nada. Mientras miro en la tele cómo se mete el caramelo en los bombones rellenos, mi vista se fija en el violonchelo que descansa en un rincón de la salita. Lo tengo abandonado desde que no me sale el preludio de la suite número uno de Bach. Tendría que practicar más. Entonces se me enciende una luz en el cerebro. Voy a matar varios pájaros de un tiro.
Como últimamente ando mal de fondos, necesito ingresar algo de dinero. Todo se debe a un asunto de retención de empleo y sueldo en mi trabajo por un problema que no viene al caso. La realidad es que últimamente no cobro. Además tengo que practicar la suite de Bach. Por último, es necesario que vigile la mercería. La conclusión es clara. Me voy a disfrazar de músico. Busco la camisa negra y los tirantes blancos. Encuentro el sombrero. Dejo que me crezca la barba. Me miro al espejo pero la barba apenas ha crecido. Decido que la barba puede ir creciendo mientras hago otras cosas.
Cuando estoy preparado para salir a la calle empieza, de nuevo a llover. El plan debe aplazarse. No puedo sacar el chelo a la calle si está lloviendo. Mientras espero a que deje de llover, compruebo que tengo unas monedas sueltas y dejo que la barba siga creciendo.
Por fin se ha despejado el cielo. Paso por un bazar chino y compro una silla plegable que dejo a deber. Me dirijo a la calle de la mercería. Enfrente, junto a la puerta del bar, hay una pared estupenda. Saco el atril, el chelo y la partitura. Me siento en la silla plegable, echo las monedas que traía preparadas en la caja del chelo y empiezo a tocar. Pasa bastante gente pero no me echan ni un céntimo. No hay misericordia en este mundo. De repente, sospecho que no doy pena porque voy muy limpito. Tengo que hacer algo que ablande los corazones. Ya lo sé. Saco la pipa y la enciendo. A partir de este momento, la gente me mira con cara de pena. Rápidamente, para no contagiarse por el humo, dejan caer unas monedas en el estuche. Al poco rato el estuche se llena de monedas y entro al bar a cambiar. Sigo tocando y sigo observando, mientras el estuche se llena de nuevo. En la mercería no entra ni un cliente.
El del bar dice que no me cambia más, que ya no le queda. Total, no pueden ser más de dos mil euros lo que me ha cambiado. Le pido una bolsa de plástico y voy echando en ella las mondas sobrantes. Hay un sol sostenido que no termina de salirme bien. Miro al estuche repleto de monedas. Entre ellas, alguien ha echado una piruleta de fresa. Levanto algo la vista y veo dos rodillas y por encima una falda a cuadros escoceses. Sigo mirando hacia arriba  y las rodillas y la falda se completan con la chiquilla que había descubierto la disposición de las cajas.
- ¿Qué haces aquí? – me pregunta ella.
- Entre otras cosas, me dejo crecer la barba. – Contesto. Y ella se ríe.

sábado, 18 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Quinta parte

He buscado la carta del abogado de las narices. Por fin, la he encontrado arrugada entre las rastas del disfraz de artesano. Viene la dirección que es lo que me interesa. Cuando me planto en su despacho, el tío adopta una actitud irónica y despectiva hacia mí. Empieza a explicarme, como si fuera tonto, en que consiste un divorcio. Le corto en seco.
- Te puedes acostar con todos tus libros de leyes si te da la gana. Lo único que me interesa es saber dónde está mi mujer – He puesto voz de detective para intimidarlo.
En un primer momento se queda sorprendido. Está claro que el tío no tiene ni idea de dónde ha ido a parar mi próxima ex-esposa. Luego vuelve a su perorata de leyes y procesos. También incluye una serie de amenazas intentando que yo me amilane. Cuando parece que va a entrar en éxtasis mezclando artículos legales con frases insultantes, decido noquearlo. Sin aviso previo por mi parte saco la pipa y la enciendo. Se queda pálido, desarmado, desvalido. Una cursi tosecita le impide decir nada. Me marcho dejando atrás, entre una nube de magnífico humo de Virginia,  los gritos de ¡seguridad, policía, anatema…! Bajo las escaleras observado por los vecinos que se han asomado a las puerta y por el portero que no duda en dirigirse al teléfono.
No sé qué hacer ni dónde empezar a buscar. Estoy seguro de que todo está relacionado con las mercerías. Algo me dice que los conspiradores han raptado a Lilí, mi mujer. Tengo que liberarla. Pero todavía no he recibido una carta ni una llamada de teléfono. Quizá deba recurrir a la policía. El problema puede ser que los merceros tengan infiltrados agentes dentro de las fuerzas del orden. Decido esperar. No creo que me tomen en serio por la desaparición de una persona adulta y, máxime, cuando hay un proceso de divorcio por medio.
Saco el móvil para ver si hay algún mensaje. El móvil está sin pilas. Vete a saber desde cuándo. Vuelvo a casa con intención de recargar el teléfono. En el portal me fijo en que el buzón está lleno. Las cartas y la propaganda se salen por arriba como si el buzón quisiera vomitar. Saco todos los papeles y tras recogerlos las dos veces que se me han caído al suelo subo al primer piso por la escalera. Abro la puerta y reviso todo el correo. A medida que miro los recibos, los avisos de multa, la propaganda electoral, voy tirando al suelo todo lo que no me interesa. Por último, sólo me queda una carta del tío Aurelio. La abro por puro cariño. Pero aparte de, como siempre, pedir dinero, no dice nada nuevo. Echo la carta al suelo por no separarla de las demás y me fijo en un catálogo de Carrefour que antes había descartado. En una esquina, escrita a mano, hay una nota que me llama poderosamente la atención: Dejanos en paz.
Me indigno. Me quedo sobrecogido. No lo puedo soportar. Han escrito “déjanos” sin tilde.  Los merceros, o quien séan, no se molestan en poner tildes. ¿En qué mundo oscuro me he metido? Además, y ahora no hay duda, han raptado a Lilí.
Cargo el teléfono mientras veo varios reportajes interesantísimos en el canal Historia. Luego me paso al Discóvery y mientras contemplo cómo se fabrican los tenedores me acuerdo del teléfono. Lo cojo y miro los mensajes. Tengo veinte sin abrir. Todos son tonterías excepto el último que es de Lilí. Sólo pone “Scrro”. Anda que también, ya podía escribir como Dios manda. No hay manera.

La conspiración de las mercerías. Cuarta parte

La chiquilla desapareció igual que había aparecido. De repente. Dejándome, eso sí, la cuenta de cuatro cocacolas que no sé cuando se había trasegado. Me marché del bar pensando en padres desaparecidos y en sujetadores de tira invisible. No dejaba de darle vueltas al asunto de la disposición de las cajas y a quién iba dirigido ese código secreto.
He decidido dar un giro a la investigación. Observar mercerías siguiendo un mapa en espiral sólo me conduce al centro de Madrid. Y en el centro está Pontejos. Pero Pontejos no puede estar dentro de la conspiración ya que este sí es un negocio de verdad. Ahí se dedican a vender de todo y venden sin parar. No pueden tener tiempo para conspiraciones ni para raptar padres. Descartado el estudio en espiral he decidido volver a la primera mercería por dos razones. La primera, porque allí empezó todo. La segunda, porque me pilla más cerca.
Mientras hojeo con descuido la carta del abogado de mi mujer que habla de no sé qué divorcio y de que he sido sorprendido con una señorita, espero con paciencia a que llegue la hora del cierre de la mercería. El local está casi siempre vacío, quitando una señora que ha entrado un momento y  ha salido indignada por el precio de unos botones, y dos señores que han merodeado por la puerta sin atreverse a entrar, no ha habido más clientes. A las ocho en punto se apagan las luces del interior. Sale el mercero. No lleva puesta la pegatina con sonrisa y casi parece un hombre normal. Echa el cierre. Va cargado con varías cajas planas. Apunto en la libreta: "Las cajas parecen pesar más de lo que se supone que deberían pesar si sólo estuvieran llenas de braguitas y de camisetas". El mercero mira a ambos lados de la calle, luego mira en mi dirección, es decir, al bar de enfrente. Ha sido buena idea disfrazarme de artesano alternativo porque así no puede reconocerme. El disfraz ha sido costoso. Sobre todo porque he tenido que estar varios días sin ducharme. El mercero sale caminando hacia la derecha. Le sigo a una distancia prudencial. Empieza a llover. Las rastas de mi peluca alternativa comienzan a empaparse lo que hace que me pese un montón la cabeza. El hombre llega a un cruce de calles y se detiene. Espero que no coja un coche porque el mío está casi sin gasolina y no podré seguirlo. A lo pocos minutos se oye el rugido de un ciclomotor. Se trata de un mensajero. El mercero le da las cajas al chico que hay dentro del casco. Veo como se aleja el ciclomotor y cuando intento fijarme en el mercero descubro que ha desaparecido. La peluca me aplasta las cervicales con una tensión creciente. La lluvia recorre mi piel arrastrando a chorretones la suciedad que tanto me ha costado acumular. Vuelvo a casa pensando en un disfraz menos complicado y más limpio.
La casa está vacía. Mi mujer ha desaparecido. Intento tranquilizarme pensando en que todo se debe a ese maldito abogado y al asunto del divorcio. Pero luego surge en mi cerebro una duda que se va convirtiendo en alarma. ¿Habrán raptado los merceros a mi mujer? Un calambre me recorre el cuerpo cuando sobre la televisión veo, como único adorno, una cremallera negra de quince centímetros.

NOTA.- Debido a la complejidad del misterio de las mercerías, es posible que lo convierta en un relato largo o incluso en una novela. En el caso de que esta historia se convierta en una novela ya veré la forma de que ustedes lo puedan leer a través de la red. Lo que está claro es que por el peligro de las revelaciones que aquí se dan, ninguna editorial va a ser capaz de publicarla.

jueves, 16 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Tercera parte

Llevo estudiadas treinta y siete mercerías. En todas se repite el mismo patrón. Mercero con sonrisa estandar, señora mayor, bajita, con gafas sucias, el pelo varía de unas a otras yendo desde un morado profundo a un rosa pálido, cajas planas con braguitas y otros productos con aspecto manoseado, campanilla en la puerta, trastienda imposible de fisgar. Aparte de esto no he descubierto absolutamente nada.
Mientras estoy escribiendo esto en la mesa de un bar de enfrente, noto un aliento sobre mi hombro. Me quedo paralizado de terror. No me atrevo a volver la cabeza porque espero la sonrisa congelada del mercero o, lo que es peor, las gafas sucias de la vieja.
- Está bien, pero no has apuntado la disposición de las cajas -Es una voz muy joven la que ha pronunciado estas palabras. Me vuelvo y detrás de mi hay una chiquilla de unos doce años, uniforme de colegio que mordisquea un lapicero Junior.
- ¿Las cajas? -pregunto tontamente, cuando en realidad lo que quiero preguntar es ¿y a ti que te importa? ¿Pero tú quién eres? ¿Que narices pintas investigando las mercerías? ¿Por qué no estás en el colegio? ¿Quién diseñó el uniforme que llevas porque manda narices...? Pero me limito a eso, a decir ¿las cajas?
Ella, con un desparpajo que me parece inadecuado, se sienta enfrente de mi y pide una cocacola, diciendo de paso ¿me invitas no?, y luego empieza a hacer su exposición como si estuviera diciendo de memoria la lección.
- Cada mercería tiene el mismo patrón de colocación de cajas. Dependiendo del día de la semana algunas cajas varían de sitio. Tras la visita de la vieja del pelo de colores, el mercero hace una nueva ordenación de las cajas clave y después, si no hay un cliente molesto como tú, se mete en la trastienda. Pero lo que hace ahí no he podido averiguarlo todavía.
- Pero, ¿me has estado siguiendo? -pregunto más asustado que interesado.
- A ti, no, qué va. Sólo te he visto hoy. Me has llamado la atención porque eres el único hombre que ha entrado en la mercería sin dudar. Luego te has puesto a escribir aquí que no es un sitio demasiado discreto.
- ¿Por qué investigas las mercerías? -digo, mientras echo una mirada a los clientes del bar. No quiero que me tomen por un corruptor de menores. Pero debemos dar todo el aspecto de un padre divorciado que pasa unas horas con su hija.
- ¿Por qué investigo? -dice ella, y después de dar dos mordiscos al lapicero junior y de ventilarse la cocacola, sigue - Por necesidad, pero no te lo voy a contar. Eres muy raro y no me fío de ti.
Por lo que se ve, yo soy el raro. Pues anda que ella... lo que está claro es que la puñetera cría se ha dado cuenta de algo en lo que yo no había caído. El cambio de la disposición de las cajas puede ser un dato muy interesante. Incluso, puede tratarse de un lenguaje en clave. ¿Pero un lenguaje para quién? ¿Hay toda una red de personajes que se comunican a través de las cajas de lencería? Mientras pienso todo esto he permanecido callado mordisqueando la pipa, esta vez apagada, mientras la chica mordisquea su lapicero, apagado también.
- Me voy a a fiar -dice de repente-. Investigo las mercerías porque mi padre desapareció en una de ellas.

lunes, 13 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Segunda parte

He estado buscando en internet diferentes mercerías. Ciento noventa y cinco resultados. Son demasiados. Cojo un mapa e intento hacer un muestreo en diferentes barrios. Esto me va a llevar tiempo. Teniendo en cuenta cómo está el tráfico y, sobre todo, el aparcamiento, calculo que puedo investigar dos mercerías por día. Una por la mañana y otra por la tarde. El tiempo de espera en cada mercería viene a ser de tres horas.
Mi idea es hacer una espiral por la comunidad de Madrid para terminar convergiendo en el centro. Allí parece ubicarse la mercería más importante. Empiezo por un pueblo relativamente cercano.
La mercería elegida parece totalmente distinta a la primera. Pero antes de entrar me fijo en ciertos detalles que parecen repetirse. De cualquier manera, no hay que dejarse engañar por los escaparates. Es dentro donde se cuece lo importante.
Cuando voy a cruzar la calle para entrar me fijo en que frente a la puerta hay un señor que no parece decidirse a  sumergirse en el mundo proceloso de las tiras bordadas, hilos, abalorios, fornituras, bolillos, braguitas, lencería en general, lanas y perlés al peso y mil cosas más. El hombre sigue dudando. Vuelve la cabeza hacia la izquierda. El siguiente local es un bufete de abogados. El hombre parece dirigirse ahora al bufete. Se detiene. Vuelve a la mercería. Está a punto de empujar la puerta. Da un paso atrás y, tras proferir una exclamación que no llego a entender, se dirige decididamente al bufete de abogados y entra. Anoto en la libreta: "un hombre de mediana edad ante el dilema de divorcio o cremallera de quince centímetros, tras dudar repetidas veces, se decide por el divorcio. Está claro que este hombre tiene un carácter tranquilo y no quiere complicaciones". Cierro la libreta y sin duda alguna entro en la mercería. Quedamos pocos héroes pienso cuando sobre mi cabeza suena un tilín que me resulta familiar.
Hay una sola cliente. Arqueo la ceja izquierda. Ya me lo esperaba. Se trata de una señora bastante mayor, bajita, con unas gafas que hasta podrían ser del mismo modelo que las de la señora que ya conozco, su pelo no es morado sino azulado. Azulado con unas interesantes irisaciones hacia el magenta. Enfrente está el mercero su sonrisa es idéntica a la del primer mercero. Sus gafas... también son muy modernas. Igual que las otras tienen algo especial. No consigo saber qué.
Tras las dos horas de la consabida espera. Me preguntan qué quiero. Esta vez estoy preparado. Entretengo al mercero pidiendo productos de los que me informado en la red y que ni siquiera sabía que existían. Mientras tanto voy haciendo una evaluación del local, del mercero y sobretodo intento fisgar a través de una cortina qué es lo que hay en la trastienda. Me marcho sin comprar nada. No voy a dejar que soplen quince euros por una cremallera. El mercero me despide con su sonrisa estandar.
Me siento en el bar de enfrente a tomar notas. Lo primero que escribo es: "Siempre hay un bar enfrente". Me he centrado tanto en la escritura que sin darme cuenta he encendido la pipa. Un grito desgarrador ha inundado el bar. Levanto la vista y veo a una madre aterrada intentando cubrir la cara a su bebé con un zapato de tacón como si fuera una mascarilla, en la barra un camarero muy joven se tapa la boca con una servilleta. El dueño del local me echa a la calle, después de pagar, con muy malas formas. Cuando estamos en la acera me dice en voz muy baja: "disculpe usted, pero no me queda más remedio. Ya he perdido dos negocios". Me marcho sin decir nada pero comprendiendo al hombre.
Echo la vista hacia atrás y en el escaparate de la mercería descubro la sonrisa del mercero. Una sonrisa que hace que un escalofrío me recorra la espalda.

sábado, 11 de junio de 2011

La conspiración de las mercerías. Primera parte.

Negra. La cremallera era negra. Si hubiera pensando un poco lo habría sabido pero nunca he estado tan desconcertado. Si mi mujer estaba arreglando una falda de color negro, lo natural es que la cremallera tuviese ese color. He notado que cuando me ha dicho que tenía que volver a la mercería ya se le había pasado el enfado. Ya sólo se trata de un asunto de amor propio. Por eso me vuelve a mandar. Pero en sus ojos he notado el brillo de la reconciliación.
Antes de lanzarme dentro de la mercería, miro a través del cristal del escaparate. Dentro no hay nadie. Ni siquiera está el mercero. La campana vuelve a hacer tilín. Por un momento miro hacia arriba para evaluar el mecanismo delatador. Cuando bajo la vista hacia el interior del local, ¡Dios santo!, la del pelo morado está frente al mercero haciéndole abrir el consabido sinfín de cajas. El mercero fugazmente me mira a través de sus modernas gafas. ¿Qué te creías?, parece decir con su efímera mirada. Atiende, sonriente, a la de las gafas sucias.
Intento recobrarme de la súbita aparición de la vieja y del mercero. Controlo la respiración y hago que la sangre vaya bajando de pulsaciones hasta llegar a un ritmo casi normal. Ahora estoy preparado. Aguanto estoicamente el desparrame de prendas sobre el mostrador. La señora bajita, que no da la sensación de percatarse de mi presencia, está mirando una serie de braguitas de una talla que hace siglos que ella no se ha puesto. Serán para su nieta, pienso... o no. Las braguitas aunque acaban de salir de las aplanadas cajas tienen, a mi entender, un aspecto manoseado como si pidieran a gritos una lavadora.
Se me ha ido el santo al cielo, porque, de repente, la vieja ha desaparecido. Enfrente tengo la mirada del mercero que me pregunta qué quiero. Esta vez no me pilla desprevenido. Le hago sacar un surtido de calcetines de hilo; después, varias decenas de bobinas de hilo también y por último, con aspecto decepcionado por no encontrar lo que quiero, pido, como por casualidad, una cremallera de quince centímetros. De mala gana me pregunta por el color. La pido verde cinabrio. Por un momento noto el desconcierto del mercero. No tiene. Con tono de desánimo le digo que me la dé negra. Que ya me apañaré. Pago. Quince euros por una puñetera cremallera negra. Esto va a euro el centímetro, pienso. Me marcho haciendo sonar la campanilla.
Nada más salir a la calle miro por el cristal. La mercería está vacía. Se me ocurre volver a entrar para ver si aparece de repente la del pelo morado, pero me contengo. Entro en el bar de enfrente y, frente a una jarra de cerveza, empiezo a tomar notas. Aparición súbita de la vieja, gafas modernas, mercería vacía, ¿qué hay en la trastienda?... Un negocio que no es negocio ya que, exceptuando los quince euros que me han soplado, aquí no se vende absolutamente nada. Indudablemente, la mercería es la tapadera de algo, pero ¿de qué? Solo puede tratarse de algún tipo de conspiración. Sigo anotando, un sólo local no es suficiente para mi investigación. Tengo que hacer un estudio de campo más amplio. El camarero pone cara de sorna cuando le pido la quinta jarra. Me la bebo y me marcho.
Si hubiera sido más cauto no habría seguido investigando. Pero el destino de los hombres es el que es y todo condujo a que entrara en un mundo oscuro que me llevó a arriesgar la vida en varias ocasiones y sobre todo la cordura. Nunca hubiera podido imaginar lo que se escondía tras el misterio de las mercerías.

jueves, 9 de junio de 2011

Venganza en la mercería.

Estoy resfriado, cansado, abatido y enfadado con casi todo el mundo. Hoy no tengo ganas de ironías ni voy a utilizar ese sentido del humor del que me vanaglorio. Este artículo intenta ser profundo y basado en datos bien contrastados.
Hace cierto tiempo que mi mujer estaba disgustada conmigo. No sé si se trataba de que había descubierto de que estaba liado con todas las novicias del convento cercano o bien era que me  había pillado en el salón con las botas llenas de barro. Por una cosa o por otra, me la tenía jurada. Como es inteligente no montó un número sino que esperó la situación propicia para vengarse.
Llegó el momento y, fríamente, sin compasión me dijo: "Vete a la mercería y compra una cremallera de quince centímetros". Me quedé sin palabras, pálido, culpable, descompuesto. No tenía capacidad de respuesta. Llovía.
Entré en la mercería. Sobre mi cabeza, una campanita hizo tilín. En el local había una única cliente. Señora mayor, bajita, con gafas anticuadas y sucias, permanente en un escaso pelo y tinte de color... morado. Una sola cliente, esto iba a ser fácil. Al otro lado del mostrador se encontraba el mercero. No era muy bajo, pero lo parecía. Creo que se encorvaba para disimular su estatura real. Aspecto anticuado. Daba la sensación de que acaba de salir de la trastienda de ver el un, dos, tres de Kiko Ledgar. Algo desentonaba en este hombre. En un primer momento no supe lo que era.
La cliente del pendón de Castilla en la cabeza, había pedido algo o había pedido todo. Nunca lo sabré. El mercero sacaba una caja detrás de otra sin inmutarse, con una sonrisa tan permanente que llegué a creer que era una pegatina. La de las gafas sucias extendía las prendas y cuando decía que no, el mercero las doblaba cuidadosamente, sonriente, y las volvía a meter en las aplanadas cajas. Después de dos horas del juego de abrir cajas, mi mujer se estaba vengando más allá de lo humano, la cliente bajita se despidió sin comprar nada. La pegatina del mercero no cambió de expresión. Fue recogiendo y colocando en los estantes todo lo que la vieja le había hecho sacar. Después me miró, sentí que las comisuras de la boca intentaban perder la sonrisa, pero el hombre estaba bien entrenado y pudo controlar el acto reflejo. Me preguntó qué quería. "Una cremallera de quince centímetros". Me miró como si hubiera dicho: "Esto es un atraco". Una cremallera de quince centímetros, repetí. Pero había perdido la convicción. ¿Era una cremallera de quince centímetros o quince cremalleras de un centímetro? Sacó una caja. Ahora su expresión, sin duda, se había hecho más dura. Abrió la caja. Dentro estaban las cremalleras de quince centímetros. Pero de diferentes colores. Yo no sabía nada del color de la cremallera. El mercero al ver mi expresión de duda recuperó la sonrisa. Empezó a mostrarme los diferentes colores. Yo estaba mareado. Incluso me mostró "gamas preciosas" que por desgracia solo llegaban en cremalleras de dieciocho centímetros.
Una idea iluminó mi cabeza que poco a poco iba cayendo en el aturdimiento. Quiero una cremallera de cada color. Los ojos del mercero me taladraron como si me estuvieran llamando blasfemo. Cuando, asustado, dije que lo tenía que consultar con mi mujer y que volvería otro día, la cara del mercero se iluminó. Al fin, el blasfemo se había convertido. Aleluya. La venganza se había cumplido.
Al salir de la mercería y recuperar el aliento bajo la lluvia, supe lo que no cuadraba en el mercero. Llevaba unas gafas demasiado modernas.
Este suceso dio lugar al comienzo de la investigación de la que hablaré más adelante y que sacó a la luz los secretos más profundos de nuestra sociedad.

miércoles, 8 de junio de 2011

Una mala racha

Me dice uno de mis lectores, de mis pocos lectores, que ando últimamente muy tristón. Que casi siempre hablo del pasado, que parece que, para mi, los tiempos pasados siempre fueron mejores. Pues sí y pues no.
Creo que los tiempos pasados no fueron mejores que los actuales, aparte de que antes tenía pelo. El presente siempre es el mejor momento posible porque el el único momento que existe de verdad. Además, me lo paso mejor ahora que cuando tenía diez, quince o veinte años. Lo bueno del momento presente, sobre todo cuando ya llevas unos años por aquí, es que no tienes que aparentar nada. Eres como eres. Ya no tengo que ocultar que no me gusta el pescado ni la playa o que me encantan los toros, los libros y el tabaco.
Lo que sí puede ser es que ande un poco cansado. Pero cansado está todo el mundo a estas alturas si se trabaja en el kiosco de la educación. El final de curso y todo eso. Por otro lado, mi escepticismo aumenta en todos los terrenos, consecuencias del leer. Creo en pocas cosas. Estoy intentando hacer un recuento de las cosas en las que creo y de momento no tengo ninguna, pero más adelante ya daré con ellas. Ya he dado con una. Creo en el absurdo. El absurdo, que insistentemente se manifiesta en nuestras vidas, es maravilloso porque o te suicidas o te dejas llevar por el sentido del humor. Lo segundo resulta mucho más sano que lo primero. El sentido del humor, creo, es lo que fundamentalmente nos hace humanos. Todo lo demás de la utilización de las manos, el cerebro, el lenguaje articulado y otras chorradas, no son más que justificaciones para sentirnos más seguros. Todos los seres humanos tienen lenguaje ergo el lenguaje nos hace humanos. Toma claro. Y todos los toreros tienen montera, luego la montera nos hace toreros.
Unamuno, este tío sí que pensaba, llega a la conclusión de que la incertidumbre es la única salida que tienen los hombres. Estoy de acuerdo. Lo que pasa es que la incertidumbre es consecuencia del absurdo vital y no deja de tener gracia. Seguro que los dioses, los verdaderos, los del Olimpo, es decir los inventados por el hombre, deben de rabiar. "La de desgracias que enviamos a los hombres y todavía les queda tiempo para reírse". Que se fastidien los dioses.
Que no estoy triste. Que sólo se trata de una mala racha... o de que no he sabido expresarme. También puede ser que esté muy preocupado por la conspiración de los merceros, pero esto lo dejo para otra ocasión.

martes, 7 de junio de 2011

Compartiendo un ruter

Pido perdón por no haber escrito nada últimamente. La culpa es mía... a medias.
Todo empezó cuando Movistar nos encasquetó el Imagenio. Resulta que el tal Imagenio es un paquete de canales de televisión que no aportan nada nuevo. Nos dijeron que el importe por tener este servicio no iba a subir. Mentira. La mensualidad, sin llamadas, se nos ponía en cien euros al mes. Con Imagenio iba un sistema de ADSL que llevaba un ruter por duplicado y que funcionaba a través de la red de luz y yo qué sé más.
¿Cien euros por la línea de internet y una tele que nadie veía?
Al mismo tiempo nos llaman los de Orange, se ve que lo huelen, y nos ofrecen internet más tarifa plana por menos de cincuenta euros. Era evidente. El problema surgen cuando Telefónica tiene que acceder a la portabilidad de líneas en aras de la competencia leal. Unas narices. Telefónica no suelta la línea ni a tiros. Después de múltiples llamadas, nos enteramos de que no es posible cambiar de compañía. Sin embargo, ya nos habían retirado el decodificador de Imagenio y los dos ruter y la ADSL.
La situación actual es que tenemos sólo un ruter de estos para ordenadores portátiles que Orange nos envió; que el teléfono funciona unas veces sí y otras no; que no tenemos ADSL. Y que realmente no sabemos qué compañía es con la que estamos funcionando.
Pues todos nos pegamos por el ruter de marras. Y no siempre lo tienen uno disponible. Ahora mismo, ya me lo están pidiendo. Así, de verdad, es muy difícil escribir.
Si alguien tiene mano en Telefónica que me avise... si funciona el teléfono.

jueves, 2 de junio de 2011

Pintar mal

Es muy difícil. Aunque parezca mentira, es muy difícil.
Aunque hace mucho tiempo que no cojo carboncillos ni pinceles, no puedo desechar los años de disciplina pintando, dibujando, aprendiendo a mirar. El problema surge cuando tengo que ayudar a mi hijo a realizar un dibujo para la escuela. Intento que el dibujo salga torpe, falto de destreza. Y nada. Aparece el trazo ligero y confiado, la proporción perfecta. Lo miro. Esto no pasa por un dibujo de un chico de doce años. Intento estropearlo un poco... y lo mejoro. Al final se lo doy y le digo que lo coloree con saña. A ver si hay suerte y el dibujo pasa. La lógica dice que o le ponen un diez o, si no hay suerte, le cascan un cero por no haberlo hecho él  solo. De eso nada, seguro que le ponen un seis o algo así.
Cuando estuve trabajando con niños de cuatro años me fascinaban sus dibujos. La línea insegura, la fuerza arrolladora, el resultado era tremendo, maravilloso. Intentaba copiar el dibujo de los niños pero no conseguía acercarme ni de lejos. Se me ocurrió dibujar con la mano izquierda. Al principio fue bien. El trazo se parecía al de los niños. Sin embargo, poco a poco, la izquierda fue cogiendo seguridad como si la derecha le estuviese trasmitiendo la experiencia. Al final, no conseguí más que poder dibujar con la izquierda tan bien, o tan mal para lo que yo pretendía, como con la derecha.
Creo que todo lo que aprendemos condiciona nuestros actos. Cuando queremos actuar en contra de lo aprendido el esfuerzo es enorme, si no insuperable. Puede que el arte moderno esté plagado de intentos de pintar mal, lo que da como resultado esos cultos aburrimientos que son los museos de arte contemporáneo. No me resisto a contar lo que me ocurrió viendo una exposición de arte minimal. Después de recorrer las salas buscando desesperadamente algo que mirar, algo llamó la atención. Una ujier se rascaba una rodilla. Había más arte en el gesto de aquella mujer que en toda la exposición.
Mal las pintan cuando no se sabe pintar mal.

martes, 31 de mayo de 2011

El futuro

Yo preferiría hablar del futuro de subjuntivo, ya saben, mi tiempo preferido, pero hoy toca hablar del futuro a secas. Eso que llamamos futuro, lo que va a venir, el mañana, no deja de ser una engañifa que nos tiene entretenidos y, al mismo tiempo, despistados del presente. Porque el presente es lo único que de verdad existe. Aunque, la verdad, ni siquiera estoy seguro de esto. El cogito ergo sum, que decía Descartes, queda muy bien cuando se pone por escrito pero no deja de recordar Las Siete Vías de Sto. Tomás para demostrar la existencia de Dios que demostrar, lo que es demostrar, sólo demuestran que tanto Sto Tomás como Descartes eran señores muy listos.
Suponiendo que el presente exista, nos quedamos en eso en que vivimos lo que vivimos. No vivimos el pasado más que con la memoria y no vivimos el futuro más que con la esperanza. El problema está cuando la esperanza de lo que vamos a vivir nos impide aprovechar lo que estamos viviendo. Todos conocemos a mucha gente que se pasa cinco días de la semana suspirando porque llegue el viernes. Entonces, haciendo matemáticas, si alguien se pasa cinco días de siete sin aprovecharlos, incluso es de sospechar que el domingo ya no disfrute pensando en que el día siguiente es lunes, podemos calcular que sólo se vive una quinta o una sexta parte de la vida. No creo que la vida sea tan larga como para desaprovecharla tanto tiempo.
En consecuencia, si queremos vivir un poco más, hay que disfrutar del lunes aunque nos toque ir a trabajar o a visitar la Oficina del Paro.
Había un cuento que salía en una película de chinos, Liang Shan-Po, venía a decir lo siguiente: Por mucho que camines nunca llegarás al horizonte... pero también es verdad que el hombre que no da el primer paso estará toda la vida parado sobre una pierna. Seguramente el cuento no fuera exactamente así y mi memoria lo habrá modificado. Lo que saco del cuento es que hay que vivir cada paso aunque no perdamos de vista el horizonte. O, directamente, no saco nada en conclusión y el cuento es una tontería.
Para acabar, sigo quedándome con el futuro de subjuntivo porque es un futuro que añade una condición y nuestro futuro siempre está plagado de condiciones.

lunes, 30 de mayo de 2011

Algo me sentó mal

El viernes pasado algo comí que me sentó mal porque el sábado cumplí cincuenta y cinco años. Así, como suena, cincuenta y cinco años, cincuenta y cinco giros al sol, yo prefería un giro de Contador, cincuenta y cinco tacos, castañas, primaveras, hierbas... y no sé en dónde se me han ido. Decía alguien con buen criterio que no es lo mismo la experiencia de cincuenta y cinco años que la experiencia de un año repetida cincuenta y cinco veces. Yo me veo en la segunda opción. No tengo sensación de experiencia acumulada sino repetida o, más bien, perdida. Intento encontrar el punto de inflexión en el cual me hice mayor, si es verdad que me he hecho mayor.
Por un lado, no sé si he dicho esto ya antes, me aburren las conversaciones de persona mayor... y también las de los jóvenes. No me interesa prácticamente nada lo que se dice en los mentideros porque ya lo he oído antes en alguna parte. Solamente hablo de cosas de "mayores" en el trabajo y porque me pagan por hacerlo.
Por otro lado, tengo una enorme decepción vital, será que me acerco al nihilismo. Consiste en que cuando era un niño y, después, un joven, pensaba que los adultos pensaban y hablaban de cosas más consistentes que las que yo podía pensar con mi corta edad. Pues no. Llegas más allá del medio siglo y descubres que los que te rodean no piensan en nada interesante. Y lo que es peor, descubro que yo no pienso en nada que sea interesante. O sea, la decepción no es con los demás. Es conmigo mismo.
Lo que sí es cierto es que estoy contento de haber llegado a esta edad a todas luces violenta. Estoy contento porque según los augures de la salud el malvado tabaco ya tenía que haberme llevado a los Infiernos (entiéndase Infiernos en su sentido clásico y no en el católico). Pues nada, sigo encendiendo la pipa y, oye, ni una tos. Lo bueno de la estadística es que se puede contradecir individualmente.
Me fastidia, eso sí, que en los ambientes en los que me muevo cada vez encuentro personas de más edad que yo. Y tanto joven marea un poco.
Cuando cumplí tres, sólo tres, años salí a la puerta de la calle y le dije al primer señor que pasaba: "Tengo tres años". El señor, que era educado, me dio la enhorabuena. Ahora, no me atrevo a decir al primero que pasa "Tengo cincuenta y cinco años". Probablemente diga que no tiene suelto y salga disparado. Aunque, si lo pienso, la cosa tiene su gracia...
Será la bacteria de los pepinos o cualquier otra cosa, pero algo me cayó mal y cumplí cincuenta y cinco.

sábado, 28 de mayo de 2011

Un mundo más claro

Crecimos en un mundo más sencillo, más claro. Los malos eran malos de verdad y los buenos lo contrario. Las medias tintas no existían o, quizá, no sabíamos nada de ellas. La frontera entre lo que estaba bien y lo que estaba mal era algo totalmente definido. Se estaba a un lado o al otro, pero no había lugar para las dudas.
Puede que algo tuviera que ver la educación dogmática que recibimos, los sermones del cura, los libros de texto, las largas horas de clase intentando resolver divisiones interminables, para la formación de nuestro carácter. Todavía tengo en la memoria los dibujos de la Enciclopedia Álvarez. Aquellos dibujos esquemáticos que estaban pensados para que el maestro los pudiera dibujar en la pizarra sin necesidad de ser un gran artista. Recuerdo a un angelito y a un diablillo que estaban en los hombros de un niño, cada uno haciendo propaganda de su programa. A mi el diablillo nunca dejó de caerme bien, qué le vamos a hacer.
Todo eso influyó en nuestra visión del mundo. Pero creo que la influencia más poderosa en la formación de los niños de la época fue responsabilidad del kiosco. El kiosco aquel pequeño paraíso, de maderas despintadas, donde se compraban, a veces, y se cambiaban, casi siempre, los tebeos. Del kiosco salió, para adoctrinar a los jóvenes, Roberto Álcazar con su inseparable, y dudoso, Pedrín. Del kiosco salió El Sargento Furia, en una corta edición, creo que fueron veinte ejemplares, que nos hablaba de los héroes de la Guerra de la Independencia. El kiosco fue la fuente, siempre abundante, que repartía el TBO, que dio nombre al resto de revistas ilustradas para jóvenes, gracias a Dios, porque de otra manera el nombre hubiera sido intratable. Pero, sobre todo, el kiosco fue la cuna del Capitán Trueno y de su primo El Jabato. Uno pertenecía a una elástica Edad Media y el otro al periodo de romanización de Hispania. La época no era determinante. Lo que importaba era la personalidad de estos dos héroes que todos los niños tratábamos de imitar. Leíamos el tebeo semanal, o uno realmente viejo y manoseado, con toda la ilusión que puede poner un niño. Nuestros mentores nos aconsejaban leer vidas de santos, pero nosotros, dale que dale, con el Capitán Trueno.
Ahora, los niños no leen tebeos... leen cómics... y no es lo mismo.
Dedicado a Isabel, que seguro que fue Sigrid.

miércoles, 25 de mayo de 2011

La puta ficha

En todos los colegios tenemos una cosa que se llama Plan Lector. Se trata de un documento en el que se explica cómo hacemos para que los alumnos lean o vayan cogiendo afición a ese vicio de la lectura. Digo vicio porque lo es. Bueno, pero vicio. Se trata de una actividad, esa de leer, que cuando te engancha es muy difícil escaparse de ella.
Es cierto que no está científicamente demostrado que leer sea bueno para el ser humano. Porque la lectura puede tener sus aspectos negativos como entrar en mundos imaginados por otros y no saber salir de ellos. O quizá, y el ejemplo es conocido, llegar a creer que somos un personaje literario y confundir el mundo real con el leído. Al final se termina creyendo que se es un caballero andante cuya misión es desfacer los tuertos que los aleves y malandrines facen ayudados por malvados encantadores. Cervantes escribió algo sobre esto.
Yo, además del fumar y del pensar, tengo el vicio de leer. Me sumo pues a transmitir a los alumnos el hábito, por no decir vicio, de la lectura. Pero llevo muchos años en este empeño de transmitir a los más jóvenes los conocimientos que otros nos dejaron. Llevo muchos años enseñando. La experiencia hace que no caiga en los errores que cometí cuando era un maestro novato. ¿Hago que los alumnos lean? Más bien consiento que los alumnos lean para dejar un poco de campo libre a su rebeldía natural.
Los alumnos leen libros, también tebeos, que todo es leer. Unas veces, los terminan, otras no, se los cambian, me quitan el libro que yo estoy leyendo cuando creen que no les veo. Todo tiene gracia porque no tienen que rendirme cuentas de lo leído. Es decir, no tienen que hacer "la puta ficha", ese resumen que demuestra que han leído. Así, la lectura se convierte en algo distinto del pesado devenir de las clases. Leen porque leen y sin demostrar que lo han hecho.
No piensen que todo es jolgorio. Cuando toca aprender de memoria la metáfora y la metonimia la cosa se reduce a eso, a estudiar y demostrar que saben. Pero la lectura... la lectura es un campo abierto a la fantasía y al placer de escuchar lo que han pensado otros. Otros que están lejos en el espacio y en el tiempo.
¿Y cómo evalúo la lectura de los alumnos? No evalúo. La lectura es un premio.

sábado, 21 de mayo de 2011

Reflexión

Estamos en esta curiosa jornada de reflexión. Curiosa por dos motivos. En primer lugar, nadie reflexiona nada. Ya lo tiene reflexionado de antes o no lo va a reflexionar nunca. En segundo lugar, se nos llenan las plazas con los "descontentos". Esta especie de levantamiento popular, recuerda demasiado el Motín de Aranjuez, dirigido desde altos niveles, recuerda demasiado las cadenas de mensajes de móviles previas a otras campañas, dirigidas desde altos niveles.
Seguro que en el origen hay unos cuantos jóvenes con ideas realmente revolucionarias. El resto, los que se van sumando, aprovechan el tirón. No se extrañen de que paseando entre los acampados haya gente bien situada y viviendo en chalets. Pero están descontentos.
Unos están descontentos porque no tienen trabajo ni futuro. Esos son los que hay que respetar. Otros están descontentos porque se ven venir un batacazo en las elecciones de mañana y como no pueden hacer otra cosa se apuntan a lo que sea que meta ruido.
La acampada no es contra el gobierno. Tenemos una larga tradición de siete años de consentir al gobierno cualquier cosa mientras diga palabras bonitas. La acampada el contra el "sistema". El sistema... qué es eso. Pues sí. Está claro. El sistema es la democracia. Cuidado con estos excesos de libertad anti sistema porque siempre han conducido a sistemas fascistas o comunistas, lo contrario de la democracia. Nacían gracias al deseo de libertad y terminaban devorando la libertad por completo.
Si esto sigue, podemos estar ante el comienzo de un nuevo sistema que mejore lo que ya tenemos, yo no lo creo, o podemos estar dando las primeras dentelladas a la libertad. Se puede reflexionar sobre esto... jornada de reflexión.

jueves, 19 de mayo de 2011

Ahorro de gasolina

Debería haber puesto "ahorro de gasoil" en vez de gasolina en el título. Los dos coches que tenemos en la familia son de gasoil. Que si el gasoil es más barato, lo que ya no es verdad, que si los motores duran más, lo que si es verdad. El problema no está en los motores. Está en el propio coche. La verdad es que a partir de cierto número de años, cuatro, todo se empieza a romper. El motor de maravilla, el coche una pena.
Ahora resulta que los que tenemos coches diesel somos unos malvados contaminadores. Supongo que todo estará en función del producto que quieran vender. Se ve que ahora está en vigor la gasolina sin plomo. Por supuesto, lo que últimamente nos venden es el coche eléctrico. Yo tengo la siguiente duda: Si en España el ochenta por ciento de la electricidad se produce con centrales térmicas, es decir que queman gasoil, cuando yo enchufo mi coche eléctrico a la red estaré consumiendo gasoil ¿o no?
Por otro lado, tengo la sensación de que estoy haciendo algo mal. Conduzco sin dar acelerones, paso a marchas largas en cuanto me es posible, no paso los límites de velocidad y con frecuencia voy bastante por debajo. Pues estoy haciendo algo mal. Porque he notado que gasto muy poco combustible. Los de la gasolinera ni se acuerdan de mi cuando paro a repostar. En consecuencia, pago pocos impuestos por la gasolina porque consumo poca. Y esto no puede estar bien. Yo creo que soy insolidario. Debería gastar más combustible para apoyar al Estado con mis impuestos en primer lugar y saltarme las velocidades límite para que me pudieran echar multas y así pagar más impuestos.
Está claro que con individuos como yo no se levanta un país... como éste.

martes, 17 de mayo de 2011

La mala educación

No se trata del sistema educativo. No se trata de cómo están hechos, o más bien perpetrados, los planes de estudio ni de como se afronta en los colegios eso que llamamos educación. Se trata de lo otro. De eso que se tiene o no se tiene y que sólo se aprende en la propia casa.
A todos nos han educado. A algunos bien y a otros mal. Hemos heredado de nuestros padres, en ocasiones de algún familiar, ese conjunto de actitudes hacia los demás que llamamos educación. Pero no todo hay que cargárselo a los progenitores. Cuando el individuo adquiere cierto nivel de educación, y de edad por supuesto, tiene la capacidad para seguir educándose por sí solo.
El problema está en que lo que predomina en nuestra sociedad no es la buena educación sino la mala. La mayoría nos movemos en unos ambientes en los que ser educado es sinónimo de ser tonto. O peor, la buena educación se confunde con la falta de carácter. Cuando no se responde con gritos y exabruptos a quien nos está gritando, cuando no se interrumpe al que habla o cuando, directamente, no se insulta, se nos dice que nos falta carácter. Y..., si me permiten la mala educación, un cuerno.
Todavía es peor. En ciertos sectores sociales está muy mal visto el ser cortés. Yo, que no puedo pasar por una puerta delante de una señora, he sido tildado de machista. Cuando hablo de la necesidad de ciertas fórmulas de cortesía, se me achaca que eso está anticuado y que es de derechas. Y si procuro ir aseado al trabajo, fórmula fundamental de educación, se me dice que soy un carca y que malgasto el agua. Si hacen un estudio profundo de las témporas y luego calculan la velocidad, puede que encuentren la relación entre estas cosas.
Por último, quiero hacer un homenaje a mi tío Luis que fue el hombre más educado de su época. Un señor que siempre llevaba sombrero, y saludaba quitándoselo, en el barrio de Oporto (Madrid). Supongo, tío, que habrás saludado a San Pedro quitándote el sombrero y dando los buenos días. Un abrazo.

lunes, 16 de mayo de 2011

Resolución de conflictos

Los conflictos hay que resolverlos mediante las palabras... Esto dicen las teorías modernas. Yo no lo tengo claro. Es razonable pensar que cuando hay un conflicto del tipo que sea, lo ideal es resolverlo razonando con la otra parte del conflicto hasta que se llega a una solución común. Lo que sucede es que cuando quieres aplicar la teoría sobre la realidad, la cosa no es tan sencilla.
Parte de mi trabajo es la resolución de conflictos. Conflictos entre alumnos, conflictos entre alumnos y profesores, conflictos entre padres y profesores, entre profesores y profesores, entre padres y padres. El abanico de posibilidades en muy amplio. Los conflictos más fáciles son los que me afecta a mi directamente. Yo no me lo pienso. Digo que la culpa es mía y pido perdón. Si el oponente insiste, vuelvo a decir que la culpa es mía y vuelvo a pedir perdón, en esta segunda vuelta ya le pongo un tonillo irónico, y si me siguen insistiendo, vuelvo a lo mismo aunque mi tono aumente en ironía. En algún caso, cuando la cosa quería pasar a mayores he dicho a la parte contraria que me denuncie y que discutan nuestros abogados, que yo no tengo tiempo. Al final, el conflicto se resuelve... qué remedio, si yo no doy opción a la bronca. Cuando los conflictos son entre alumnos, suele ser suficiente con dejar que se les pase el calentón aburriéndolos un poco en el despacho. Cuando la adrenalina recupera niveles normales son los propios alumnos los que me dicen que todo está arreglado.
Cuando yo era un chico, los conflictos se resolvían de otra manera. Directamente nos peleábamos. Después de la pelea el conflicto quedaba resuelto. Daba igual quién ganase. Podía quedar algún moratón o alguna brecha, pero nadie se extrañaba demasiado. Ahora es más complicado. En primer lugar los conflictos en ocasiones se dan entre niños y niñas. No les puedes dejar que se arreen. En segundo lugar, nadie ve con buenos ojos que los chicos se peguen. Es un error, pero así están las cosas. Pienso que no es tan malo que los cachorros de ser humano se den unos manguzones de vez en cuando. Tengo amigos desde la infancia y puedo asegurar que de chicos nos arreamos unas cuantas veces. Y cada vez más amigos. Con aquellas peleas aprendimos que la violencia genera dolor y cuando fuimos creciendo fuimos abandonando la violencia para resolver conflictos.
Decía aquel, "oye, Pachi, ¿por qué estamos discutiendo de esto si lo podemos resolver a hostias?".